Por: MOISÉS GARRIDO VÁZQUEZ
“¿Qué es, pues, el tiempo?...
Si nadie me lo pregunta, sé lo que es;
Si
quiero explicarlo a quien me lo pregunta,
entonces, no lo
sé”.
(San Agustín, “Confesiones”, Libro IX)
“Hay tres preguntas que nos intrigan a todos y que, como el origen de la vida o del Universo, también trascienden todas las áreas del saber humano: ¿cuál es la naturaleza del tiempo? ¿Se puede viajar en él hacia el pasado? ¿Se puede viajar hacia el futuro a un ritmo superior al que ya lo hacemos? Sobre la primera de estas preguntas hay muchas incógnitas que están relacionadas con la propia universalidad del tiempo, con su presencia implacable en todo lo que ocurre, y, aunque se ha progresado mucho en este siglo XX, aún nos queda mucho más por conocer. Respecto a las dos preguntas restantes, teóricamente sí es posible, pero las dificultades de todo tipo, a nivel conceptual y práctico, son tantas que convierten este tema en uno de los más fascinantes para su estudio en el siglo XXI”.
Con esta acertada reflexión, el reputado físico Juan Pérez Mercader concluye su interesante obra “¿Qué Sabemos del Universo?” (1996). Sin duda, desde los albores de la Humanidad, el tiempo ha sido uno de los enigmas que más ha intrigado a científicos, filósofos, sabios y poetas. Definirlo sigue resultando harto dificil, y su existencia es cuestionada por algunos ilustres pensadores.
Precisamente, en octubre de 1991, el Dr. Pérez Mercader, investigador del Laboratorio Nacional de Los Álamos (EEUU), participó con otros cuarenta científicos en el Taller “Los Orígenes Físicos de la Asimetría del Tiempo”, celebrado en Mazagón (Huelva). Durante varios días, relevantes físicos como el célebre Stephen Hawking o el premio Nobel Murray Gell-Mann, debatieron intensamente sobre la naturaleza del tiempo. Se plantearon cuestiones tan sugestivas como la reversibilidad del tiempo (la posibilidad de ir hacia el pasado o hacia el futuro), las leyes que lo rigen, si surgió con el “Big Bang” (Gran Explosión), si desaparecerá con el “Big Crunch” (Gran Implosión), su descripción desde la cosmología cuántica, etc. etc. Los científicos no llegaron a conclusiones unánimes, y mucho menos definitivas. Como bien señaló el profesor John A. Wheeler en la reunión de Mazagón, “el tiempo es el mayor de los misterios”...
El tiempo, desde nuestra percepción humana, parece transcurrir en una sola dirección: del pasado al futuro. Es la llamada “flecha del tiempo”. Cada día que pasa envejecemos un poco más, cuando cae una taza al suelo se rompe en pedazos, etc. etc. Nunca ocurre lo contrario. Ni rejuvenecemos ni la taza salta desde el suelo recobrando su forma original.
En su exitosa obra “Historia del Tiempo” (1988), Stephen Hawking aclara que existen tres flechas del tiempo que distinguen el pasado del futuro. “Son la flecha termodinámica, la dirección del tiempo en la cual el desorden aumenta; la flecha psicológica, la dirección del tiempo según la cual recordamos el pasado y no el futuro; y la flecha cosmológica, la dirección del tiempo en la cual el universo se expande en vez de contraerse”, explica Hawking. Pero no siempre las cosas son como aparentan ser. A principios de este siglo, la teoría de la relatividad y la teoría cuántica proporcionaron algunos sorprendentes descubrimientos sobre la naturaleza del tiempo...
La física clásica, inspirada en los trabajos de
Isaac Newton, consideró el tiempo como una magnitud absoluta y
universal. Pero como suele decirse, la ciencia abre más interrogantes que los
que cierra... A raiz de la Teoría General de la Relatividad, desarrollada por
Albert Einstein en 1915, el concepto del tiempo sufrió una
profunda y revolucionaria transformación. “La distinción entre
pasado, presente y futuro es sólo una ilusión”, sostuvo el físico
más sobresaliente del siglo XX.
Dos de los postulados fundamentales de la Relatividad son que el tiempo no transcurre igual para todos los observadores (depende de la velocidad en la que éstos se mueven), y que no es independiente de las tres dimensiones espaciales (Einstein estableció así una nueva coordenada tetradimensional: el “espacio-tiempo”). Además, el tiempo transcurre más despacio cuando mayor es la gravedad.
Asimismo, la Relatividad determina que la velocidad de la luz es constante en cualquier marco inercial: 300.000 kms/s. En este sentido, al observar por las noches las estrellas no las vemos como son en el presente, sino como eran hace cientos, miles o millones de años, cuando emitieron la luz que nos llega ahora. Por ejemplo, si contemplamos con un telescopio la galaxia de Andrómeda, situada a 2 millones de años-luz de nosotros, realmente estamos observando la luz que partió de dicha galaxia cuando sobre la faz de la Tierra había aparecido el “homo erectus”, del que desciende el hombre actual. Así pues, oteando el cielo estrellado ¡vemos el pasado!...
Según la Relatividad, el tiempo se ralentiza cuando se alcanza enormes velocidades. Un ejemplo teórico muy conocido es la “paradoja de los gemelos”: un gemelo permanece en la Tierra, mientras que el otro parte en un cohete a una velocidad de 240.000 kms/s. hacia la estrella Alfa-Centauri a 4 años-luz de nosotros. El viaje de ida y vuelta duraría una década. Pero al regresar, el gemelo viajero descubriría atónito que no habría envejecido diez años como el que se quedó en la Tierra ¡sino sólo seis!... Así pues, el astronauta habría viajado hacia el futuro, envejeciendo más lentamente que su hermano gemelo.
Este efecto de la relatividad es inapreciable en la vida cotidiana, ya que nuestras velocidades son ínfimas comparadas con la de la luz (el objeto más veloz construido por el hombre es la sonda interplanetaria que alcanza los 20 km/s.).
Pero ¿se ha llegado a verificar rigurosamente esas distorsiones temporales planteadas por la relatividad?. Jesús Mosterín, catedrático del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), asegura que “la teoría general de la relatividad ha superado hasta ahora todas las pruebas empíricas a las que ha sido sometida”.
Uno de los experimentos fue coordinado en octubre de 1971 por el físico J.C.Hafele. Para ello, se emplearon relojes atómicos de haz de cesio, los más precisos que existen (un error de un segundo cada tres mil millones de años). Se colocaron cuatro relojes atómicos en un avión que daba la vuelta al mundo, y otros cuatro que permanecían en tierra. Tras finalizar el experimento, pudo comprobarse que había una diferencia de 273 nanosegundos (milmillonésimas de segundo) entre los relojes aerotransportados y los de tierra, coincidiendo con los cálculos basados en la teoría relativista... De todos modos, la dilatación del tiempo también ha podido comprobarse experimentalmente mediante los aceleradores de partículas y midiendo la radiación cósmica.
También a escala microscópica, en el mundo de las partículas subatómicas, el tiempo parece comportarse de forma bastante desconcertante. De hecho, a ese nivel no podemos hablar de pasado o de futuro, puesto que las partículas elementales -que suelen alcanzar velocidades próximas a la luz- obedecen leyes reversibles en el tiempo. El físico norteamericano Richard Feynman sugirió la posibilidad de que el positrón (antielectrón) fuese en realidad un electrón que se traslada del futuro al pasado...
El determinismo, característica esencial del mundo newtoniano, no puede aplicarse en la escala subatómica. “La teoría cuántica –afirma el físico teórico Heinz R. Pagels- no sólo niega la teoría estándar de la objetividad, sino que también destruye el punto de vista determinista”. Así pues, la física cuántica -cuyas leyes fueron formuladas en los años veinte-, rompe los esquemas elementales de las leyes deterministas, al deducir que el estado presente del universo no es el efecto de su pasado ni la causa de su futuro.
Algunas de las consecuencias de la teoría cuántica, en las que se aprecia la paradójica y extraña naturaleza del tiempo a nivel subatómico, han sido el Principio de Incertidumbre de Heisenberg y el Teorema de Bell. Si invertimos el orden del tiempo en dichos procesos microscópicos, éstos aparecen igual de razonables.
El físico Alastair Rae, en su obra “Física Cuántica: ¿Ilusión o Realidad?” (1986), plantea la siguiente cuestión: “¿Cómo es, pues, posible que el comportamiento de los objetos grandes sea siempre irreversible cuando el movimiento de sus constituyentes atómicos satisface esas leyes reversibles microscópicas?”. La respuesta a este problema, según el propio Alastair Rae, es que la irreversibilidad es una ilusión...
¿MÁQUINAS DEL TIEMPO COSMICAS?
“Los agujeros de gusano no solamente se podrían utilizar para viajar por el espacio: la teoría pronostica que asimismo se podrían utilizar para viajar en el tiempo”, afirma el físico teórico Paul Halpern, autor de “Los Agujeros de Gusano Cósmicos” (1993). Los “agujeros de gusano”, descubiertos matemáticamente en 1916 mediante la ecuación de campo de Einstein, son hipotéticos “pasadizos” en el hiperespacio que conectarían puntos distantes del Universo. Según la moderna Cosmología, el nivel más profundo del tejido del espacio-tiempo, constituido por “espuma cuántica”, estaría repleto de minúsculos “agujeros de gusano” que aparecen y desaparecen continuamente. Si una civilización extraordinariamente avanzada consiguiese desvelar las leyes que rigen la gravedad cuántica, tal vez podría hallar, aislar y aumentar de tamaño un agujero de gusano microscópico y utilizarlo, además de un medio para viajar rápidamente en el espacio, como ¡máquina del tiempo!. Esta es, al menos, la sugerente posibilidad planteada por físicos de la reputación de Kip Thorne, Michael Morris y Ulvi Yurtsever, del Instituto de Tecnología de California en Pasadena (EEUU), los cuáles han desarrollado un fascinante modelo teórico basado en dicha cuestión. Según se desprende del mismo, si un extremo (A) del agujero de gusano permanece fijo, y el otro extremo (B) se moviera hasta alcanzar una velocidad cercana a la luz y luego volviese a su posición inicial, se provocaría un estiramiento del agujero de gusano produciendo por tanto una diferencia del tiempo. Si un observador penetrara por el extremo “A” hasta salir por el “B” viajaría al pasado; al regresar de “B” a “A”, lo haría al futuro.
Si sobrevive la especie humana ¿logrará dentro de varios siglos los medios para viajar a otras épocas y poder así visitar a sus antepasados? ¿Y si los “turistas temporales” de esa humanidad futura ya estuvieran visitándonos?...
¿ALIENÍGENAS O CRONONAUTAS?
Stephen Hawking sostiene que “no existe mejor prueba contra el viaje en el tiempo que el hecho de que todavía no hayamos sido invadidos por hordas de turistas del futuro”. Pero ¿y si el célebre catedrático de Cambridge estuviese equivocado?...
Algunos ufólogos consideran la posibilidad de que los OVNIs no sean naves procedentes de otros planetas, sino máquinas humanas que viajan del futuro al pasado. Sus tripulantes no serían, pues, extraterrestres sino ¡nuestros descendientes!... A propósito de esta sugerente idea, el investigador Sinesio Darnell se cuestiona en su obra “Tiempo, Espacio y Parapsicología” (1989) si “los OVNIs podrían ser algo así como premoniciones de secuencias de este tiempo estratificado, o continuo-presente, por el que nos desplazamos...”
A su vez, el veterano ufólogo Antonio Ribera, que durante un tiempo estuvo fascinado por esta idea, afirma que “esta hipótesis explicaría muchas cosas: en primer lugar, la propia apariencia física de estos ‘viajeros del tiempo’. Muchos biólogos y antropólogos están de acuerdo en que el Hombre del futuro tendrá un gran desarrollo encefálico junto a un escaso desarrollo físico y muscular. Los ‘humanoides’ vistos cientos de veces junto a sus naves posadas en el suelo, o que protagonizan tantos casos de ‘abducción’, encajan perfectamente en esta tipología del futuro”.
Ciertamente resulta más que sospechoso que los ‘ufonautas’, de tratarse de seres extraterrestres, tengan una morfología tan similar a la humana, se manejen con tanta facilidad en nuestro medio, vistan con atuendos tan semejantes a los nuestros y utilicen instrumentos tan comunes para nosotros. Analizando la casuística, observamos que poseen una tecnología más avanzada que la terrestre, eso es obvio, pero no tan diferente ni tan fantástica como la que desarrollaría una civilización inteligente que hubiese evolucionado a años-luz de nuestro planeta. El hecho de que hayan podido descubrir la desmaterialización, la teleportación, el control de ciertas facultades PSI o el dominio del tiempo -como prueban muchos casos OVNIs-, no invalida la probabilidad de que esos ‘ufonautas’ sean nuestros propios descendientes, ya que son cuestiones que la actual ciencia vanguardista ha comenzado a estudiar con gran seriedad, y por tanto, puedan llegar a experimentarse en un futuro presumiblemente no muy lejano.
¿Estaría así justificada la razón del no-contacto entre esos tripulantes OVNIs y nosotros?... Obviamente, si son viajeros del futuro evitarían a toda costa interferir en el desarrollo normal de la historia, para no ocasionar paradojas temporales de consecuencias imprevisibles.
En fin, quizás, como sugiere el genial investigador John A. Keel, “parte de la contestación a los platillos voladores no esté en las estrellas sino en el reloj que da las horas sobre nuestra chimenea”...
A lo largo de la historia han existido personas que dicen tener visiones de sucesos futuros que luego ocurrieron tal y como fueron descritos. Son los llamados profetas o adivinos. Pero algunos individuos también son capaces de vislumbrar escenas pretéritas o revelar datos desconocidos sobre civilizaciones desaparecidas. Si bien, en otras épocas se creía que ese extraordinario poder era un don divino o espiritual, hoy se considera que más bien es una facultad relacionada con la mente inconsciente del ser humano. Y es que ya contamos con una disciplina que ha sido capaz de demostrar experimentalmente la capacidad que tiene nuestro psiquismo para trascender los límites del tiempo. Nos referimos, claro está, a la Parapsicología.
Todo parece indicar que la mente humana, en circunstancias especiales, deja de estar sometida a las barreras del tiempo. Bajo lo que conocemos como “Estados Modificados de Conciencia” (sueño, trance, hipnosis, meditación, privación sensorial...), puede actuar la Percepción Extrasensorial (ESP), una de las sorprendentes facultades del psiquismo ampliamente investigada por la Parapsicología y que nos permite obtener información procedente del futuro (precognición) o del pasado (retrocognición).
No obstante, también en la vida cotidiana muchos han experimentado estos
fenómenos de manera espontánea. Al respecto, el matemático William
Cox comprobó, tras un estudio estadístico, que los vagones que sufrían
más daños en los accidentes de trenes estaban menos ocupados que los restantes.
Incluso que los trenes accidentados llevaban menos viajeros de lo habitual. Para
Cox, esas curiosas coincidencias -que desafiaban a las leyes del azar- sólo
podían deberse a premoniciones inconscientes (comúnmente conocidas como
intuiciones o corazonadas).
Gracias a la extraordinaria labor
realizada en los años treinta por el biólogo y matemático Joseph B.
Rhine, padre de la Parapsicología Científica, esas capacidades
parapsíquicas han podido ser medidas y controladas en laboratorio. En el
Departamento de Psicología de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte
(EEUU), el Dr. Rhine y su esposa la Dra. Louisa E. Rhine
llevaron a cabo las primeras investigaciones de la ESP aplicando un método
matemático-estadístico (empleando para ello las conocidas “cartas
Zener”). Los resultados positivos obtenidos tras las numerosísimas pruebas
efectuadas durante años por el matrimonio Rhine, y luego continuadas por otros
investigadores como el físico Helmut Schmidt (con sus
experimentos sobre la precognición de procesos cuánticos imprevisibles),
permitieron evidenciar la existencia de una facultad que va más allá de la
percepción sensorial ordinaria, mediante la que podemos escrutar sucesos futuros
y pasados. En su obra “El Alcance de la Mente” (1947), el Dr. Rhine
sostiene que “la concepción de que la mente puede trascender las
limitaciones del tiempo era natural consecuencia de los experimentos de ESP a
distancia, puesto que si la ESP era independiente del espacio, debía serlo
también del tiempo, dentro del universo espacio-tiempo de la
física”.
Llegados a este punto, el lector convendrá conmigo que el problema del tiempo es extraordinariamente complejo y enigmático. Sobrepasa nuestro sentido común. Como hemos visto en el presente artículo, la Física Teórica lo estudia a fondo, pero aún está lejos de comprender su peculiar naturaleza. Por ahora, no existe unanimidad entre los científicos para resolver las incógnitas surgidas en torno al concepto del tiempo. Y aunque forma parte de nuestra vida, somos incapaces -al igual que San Agustín- de hallar una definición exacta. Pero por si queda alguien empeñado en encontrarla, consideramos que la definición más apropiada nos la ofreció nuestro admirado Antonio Ribera en la introducción de su genial obra “En el Túnel del Tiempo” (1984): “Tiempo: creación de la consciencia humana, fruto de su propia limitación, angustia existencial y frustración constante”. Ahí queda dicho...
MOISES GARRIDO VAZQUEZ
(Anexo 1)
Dentro del campo de los fenómenos paranormales nos encontramos con sucesos tan extraordinarios como sobrecogedores que tienen como protagonista el llamado “factor temporal”. Uno de esos casos, convertido hoy en un clásico, sucedió el 10 de agosto de 1901 en Versalles. Dos jóvenes profesoras inglesas, Annie Moberly y Eleanor Jourdain, paseaban plácidamente por el jardín de Petit Trianon cuando de improviso se desvaneció el paisaje así como las personas que se encontraban por el lugar, “materializándose” a su vez otro paisaje y otras figuras humanas ¡pero ataviadas con vestimentas del siglo XVIII !... Les llamó la atención una música melódica que salía de un edificio rodeado de verdes arboledas. Mientras, entre las figuras destacaba una hermosa dama rubia. Tan asombradas estaban nuestras dos protagonistas como aquellos desconocidos personajes que parecían haber surgido del pasado... Al cabo de un rato, todo volvió a su normalidad. Aquella “visión retrospectiva” de la época de Luis XVI desapareció y de nuevo las dos mujeres se vieron “transportadas” a su verdadero tiempo, a los inicios del siglo XX. Sorprendidas por la insólita experiencia, decidieron investigar por su cuenta visitando museos, consultando archivos históricos e incluso buscando piezas musicales de aquella época. Las pesquisas dieron sus frutos: tanto el paisaje como los edificios que observaron eran los que existían en aquellos jardines dos siglos antes. También lograron identificar las notas musicales que oyeron, pero lo más impresionante fue descubrir, a través de un retrato realizado por el pintor Wertmüller, que aquella bella dama de aspecto altivo era nada menos que María Antonieta. Poco después, escribieron una obra titulada “An Adventure” donde describieron detalladamente la singular vivencia. El suceso no solo atrajo la atención de los metapsiquistas de la época, sino también de la prensa. El parapsicólogo Leo Talamonti, en su excelente obra “Universo Prohibido” (1966), apuntó que “este caso resulta tan interesante que la curiosidad de los estudiosos respecto a él aún no se ha apagado”...
Mayor dramatismo adquieren las visiones sobre acontecimientos futuros, casi siempre relacionadas con catástrofes y tragedias. Uno de los episodios más conocido e impactante de precognición colectiva es, sin duda, el que rodeó a la catástrofe que tuvo lugar el 21 de octubre de 1966 en el pueblo minero de Aberfan, en el sur de Gales. Una avalancha de medio millón de toneladas de escoria carbonífera sepultó varias casas y toda una escuela. El resultado: 144 muertos (128 niños y 16 adultos). Desde días antes, varios vecinos del lugar -e incluso de otras regiones inglesas-, tuvieron precogniciones espontáneas y sueños premonitorios de lo que iba a ocurrir. Algunos de ellos no pudieron evitar ser también víctimas del desastre. “Tienes que creerme, mamá. He soñado que iba al colegio y que había desaparecido. Algo negro había caido, cubriéndolo todo...”, declaró angustiada la niña Eryl May Jones, de 10 años de edad, dos semanas antes del suceso. Al final, ella y dos amigas suyas murieron en medio del desastre... Decenas de premoniciones semejantes se sucedieron hasta escasas horas antes de ocurrir el desafortunado incidente. El psiquiatra londinense J.C. Barker, impresionado por esta historia, investigó un total de 60 precogniciones, de los dos centenares que se recogieron. Ello le llevó a considerar la premonición como una forma de de prever futuras desgracias. Más tarde fundaría la “Agencia Británica de Premoniciones” para registrar y estudiar cualquier episodio precognitivo protagonizado por sensitivos y gente común.
¿Son estos fenómenos la mejor evidencia de que nuestro destino está predeterminado? ¿Sería posible, utilizando la ESP, evitar ciertos acontecimientos futuros de carácter trágico?...
(Anexo 2)
“El sentido del existir humano es la temporalidad”, afirmaba Heidegger. Ciertamente, el tiempo es un elemento inseparable de nuestras vidas. Estamos sometidos a un tiempo biológico, orientamos nuestra existencia con un tiempo medible y actuamos de acuerdo a un tiempo subjetivo. Por si fuera poco, se habla de un tiempo interno, imaginario, auténtico, etc.
En situaciones trágicas, durante un accidente o una enfermedad, sentimos como
“los minutos se hacen eternos”, mientras que cuando nos divertimos o
estamos viviendo momentos felices, “los minutos pasan velozmente”. La
percepción del tiempo, por tanto, varía de acuerdo a nuestro estado psicológico,
a las actividades que estemos realizando, a las circunstancias que nos rodeen,
etc. Es más, conforme vamos dejando atrás la adolescencia y la juventud sentimos
como el tiempo va transcurriendo mucho más deprisa, como si los días, los meses
y los años avanzaran más rápidamente que cuando éramos jóvenes. Tal vez, la
clave esté en vivir más intensamente el presente, algo que se le da mayor
importancia en las primeras etapas de nuestras vidas. Y es que en la edad
adulta, se vive más recordando el pasado –añorando momentos inolvidables que
nunca volverán a repetirse- y en planear lo que haremos en los días siguientes
-en el plano laboral, familiar, etc.-.
El tiempo de nuestras
vidas también resulta un factor fundamental. Podría parecernos corto, sobre todo
en un mundo como el actual, en el que hay tantas cosas por hacer y por aprender,
pero en comparación con otras épocas, podemos darnos por satisfechos. Hoy, la
esperanza de vida -al menos en las sociedades industrializadas- alcanza
los 75-80 años, muy diferente a la de principios de este siglo: 49 años. En la
Edad Media, el promedio de vida no superaba los 30 años. Y no hablemos del
hombre primitivo: la vida media rondaba los 18 años. Actualmente, se especula
con que el hombre de mediados del siglo XXI pueda llegar hasta los 120 años de
edad...
(Anexo 3)
Los viajes en el tiempo, ya sean al pasado o al futuro, han tenido un lugar destacado en la literatura de Ciencia-Ficción. Desde que H.G. Wells escribiese “La Máquina del Tiempo” (1895), enviando a su protagonista varios miles de años hacia adelante -concretamente al año 802.701-, otros escritores -con mayor o menor fortuna- optaron también por adentrarse en semejantes paradojas. En 1899, Mark Twain hizo lo propio con “Un yanqui en la corte del rey Arturo”, aunque en esta ocasión el protagonista viajó unos cuántos siglos atrás. En 1923, el escritor E.V. Odle ofrece otra sugerente posibilidad en “The Clockwork Man”: un personaje del futuro llega accidentalmente a nuestra época.
El deseo humano por trascender la realidad cotidiana ha sido perfectamente reflejado en las novelas de ciencia-ficción dedicadas a los viajes temporales, algunas de las cuáles -como la citada obra de Wells- han sido luego llevadas a las pantallas del cine. Sin duda, la ciencia-ficción ha bebido de las fuentes del progreso científico y tecnológico -no hay más que recordar las extraordinarias obras de Julio Verne-. Es por ello que, cuando Albert Einstein comenzó a desarrollar a principios de siglo su revolucionaria Teoría de la Relatividad -según la cual el tiempo no es absoluto sino relativo-, numerosos autores de literatura fantástica descubrieron ahí un buen material para sus trabajos narrativos. Según cuenta John Clute en su documentada “Enciclopedia Ilustrada de la Ciencia Ficción” (Ediciones B, 1996), “se escribieron docenas de novelas donde un hombre viajaba en una máquina del tiempo, abría los ojos en la época de los dinosaurios, o de Napoleón, o de Abraham Lincoln, y ataba la historia en una complejidad casi infinita de nudos”. Aunque algunos escritores prefieren ir más lejos en sus relatos como es el caso de Frederik Pohl en “Objetivo Número Uno” (1956), en el que unos viajeros del futuro se desplazan al pasado para asesinar a Einstein y así evitar que desarrolle su célebre teoría y, por ende, que tenga lugar la tercera guerra mundial que ha destruido prácticamente todo el planeta. Cuando regresan a su tiempo, tras cumplir con su cruel misión, comprueban que no sólo no han podido evitar la tercera guerra mundial, sino que otro físico de nombre Kretchwood es quien desarrolla la teoría de la relatividad. Para el autor, la creación de la bomba atómica era inevitable en el devenir de la especie humana... Como bien dice el especialista Miquel Barceló, “a veces, en el fondo último de esas narraciones, puede alojarse una seria reflexión sobre el sentido último de los acontecimientos y de las causas que los hacen posibles”.
También los novelistas de ciencia-ficción han recurrido al “tiempo paralelo”. Según Robert Scholes y Eric S. Rabkin, autores de “La Ciencia Ficción: Historia, Ciencia, Perspectiva” (Taurus Ediciones, 1982), “el término ‘discurrir temporal paralelo’ denota un acontecer histórico paralelo al nuestro y que podemos reconocer en la ficción, aunque no es, sin embargo, nuestro discurrir temporal o historia”. Eso ha quedado reflejado en excelentes obras como “Por miedo a que llegue la oscuridad” (1936), de Sprague de Camp; “Crónicas del gran tiempo” (1961), de Fritz Leiber; “El hombre en el castillo” (1962), de Philip K. Dick; y “Pavana” (1966), de Keith Roberts.
De las películas de ciencia ficción que han tratado los viajes en el tiempo
cabrían destacar: “El tiempo en sus manos” (1960) y “Los Pasajeros
del Tiempo” (1979), ambas basadas en la obra de H.G.Wells; “El planeta
de los simios” (1968); “El final de la cuenta atrás” (1980);
“El experimento Filadelfia” (1984); “Terminator” (1984); y
“Regreso al Futuro” (1985), “Regreso al futuro II” (1989) y
“Regreso al futuro III”
(1990).
¿Abandonará
algún día el viaje en el tiempo los dominios de la ciencia-ficción para
convertirse en una realidad científica? Como no podría ser de otra manera, el
tiempo nos dará la respuesta...
MOISES GARRIDO